El confinamiento por Covid-19 ha hecho evidente que la arquitectura y el urbanismo no siempre garantizan espacios libres. ¿Podríamos aprovechar esta crisis como un punto de inflexión para replantear nuestra manera de vivir la nueva normalidad y la de nuestras ciudades?
En tiempos de confinamiento, la separación entre espacio público y espacio privado pesa. Ahora que no podemos disfrutar de lugares abiertos o colectivos, entendidos como una extensión complementaria de nuestra unidad de vivienda, todavía valoramos más lo compartido. Si perdemos el espacio público y comunitario, nos damos cuenta de que el espacio privado no lo es todo.
A lo largo de los años, el objetivo del sector inmobiliario era encajar metros cuadrados habitables para obtener el máximo beneficio económico. Entendiendo los pisos como un valor de venta y cambio, la mayoría de promociones han ofrecido tipologías arquitectónicas y distribuciones interiores estándar, ya obsoletas, que no responden al conjunto de realidades de la sociedad, a nuestras necesidades diversas y variables en el tiempo.
Los edificios de pisos dormitorio, que siempre han contribuido a invisibilizar las tareas de cuidados y crianza mediante la jerarquía de espacios, ahora deberán adaptarse a nuevos usos. No solo descansamos en ellos, sino que también vivimos, comemos, educamos, jugamos y trabajamos.
Entender estos cambios, ya sea para la creación de nuevas viviendas o para la adaptación de lo que ya está construido, será uno de los retos a alcanzar desde la arquitectura para dar respuesta a los requisitos contemporáneos y a la experiencia del confinamiento.
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